"Enfrentando la Hordad: La Noche lúmínosa y los Secretos Insaciables de la Aventura"
Era una noche iluminada por la luna cuando Cedric, el espadachín torpe, se tropezó con una raíz mientras intentaba afilar su espada. Sin embargo, su naturaleza torpe era parte de su encanto, por lo que su grupo no pudo contener las risas al verlo caer. Elio, el arquero miedoso, escondía su cara detrás de su arco, temiendo que el ruido despertara a los monstruos que creía que lo acechaban en la oscuridad.
Brutus, el espartano distraído, trataba con empeño de contar las piedras que había recogido en su saco, pero olfateaba con curiosidad el aire, completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Y allí estaba Meric, la mujer ágil que poseía poderes curativos, pero que también luchaba con un dilema oscuro: su deseo irrefrenable de comer todo lo que encontraba, especialmente carne.
Meric no podía dormir, ya que su lado oscuro susurraba tentaciones que desafiaban su voluntad. Se sentía dividida entre su necesidad de ayudar a sus amigos y su insaciable hambre. Aunque siempre había preferido disfrutar de una barriguita regordeta de comida deliciosa, a veces se sentía atraída por la idea de un banquete menos convencional.
“Meric, ¿estás bien?” preguntó Elio, notando su inquietud mientras restaba nerviosamente la flecha en su arco. “No deberías quedar despierta tan tarde.”
“Solo… tengo hambre”, murmuró Meric, sin querer revelar la verdadera naturaleza de sus anhelos.
La noche se tornaba más profunda y el brillo de las estrellas iluminaba el campamento. Brams, el gigante de gran corazón, se acercó. “¿Qué te preocupa, Meric? Siempre parece que algo te atormenta. Estas piedras son pesadas y mi saco se va llenando. Si necesitas algo, solo dímelo”.
Meric sonrió, sintiéndose un poco aliviada por la preocupación de su amigo. “Solo necesito un poco de compañía, Brams. A veces, la oscuridad puede ser intimidante.”
“Yo tengo miedo de la oscuridad,” confesó Elio de repente, “pero prefiero enfrentar mis miedos que quedarme aquí sin hacer nada.”
Brutus, al escuchar la conversación, dejó caer una piedra y se giró hacia Elio. “Cuando somos fuertes, nuestros miedos son más pequeños. Lo que necesitas es distracción. ¿Qué tal si contamos historias de bravura en lugar de sentarnos preocupándonos por lo que puede acecharnos?”
"¡Buena idea!" exclamó Cedric, ya recuperado de su caída. “Consideremos nuestras aventuras, así olvidaremos lo oscuro de la noche.”
Meric pensó en las historias que había vivido y decidió compartir una que había sido significativa para ella. “Una vez, salvé a un grupo de aldeanos de una enfermedad que acechaba a su pueblo. Con cada vida que sanaba, mi propio deseo de comer se desvanecía”.
“Pero, ¿qué pasa si la enfermedad está relacionada con tus oscuros deseos?” preguntó Brutus, frunciendo el ceño. “A veces, los propios monstruos son nuestras propias sombras.”
La verdad de sus palabras caló hondo en Meric, pero antes de que pudiera responder, un ruido en el bosque la hizo saltar. Elio alzó su arco, mientras Cedric buscaba su espada como lo haría un gallo. Pronto, la oscuridad cobró vida y apareció un pequeño zorro. Todos rieron aliviados.
“¡Qué tontos somos!” gritó Cedric, inclinándose sobre su espada aún en la mano. “Un simple zorro nos asusta más que a los verdaderos enemigos”.
La apreciación por lo simple trajo una risa contagiosa al grupo y la atmósfera se volvió más ligera. Meric se sintió rejuvenecida; por un instante, se olvidó de su lado oscuro, rodeada de personas que la valoraban.
“Que tal si, en lugar de pensar en comida, comenzamos a explorar lo que ya tenemos. ¿Acaso no puedes usar tus poderes curativos para embellecer nuestro entorno? Tal vez eso te aleje de esos pensamientos.”
Meric sonrió, llena de esperanza. “Tienes razón, Brutus. Puedo usar mi magia para hacer crecer flores o árboles de frutas que no necesiten hacer daño”.
“Entonces hagámoslo”, sugirió Elio, y todos estaban de acuerdo. Empezaron a hablar de lo que les gustaría cultivar y cómo podrían ayudar a sus pueblos con sus habilidades.
La incertidumbre que había cargado Meric se desvaneció lentamente a medida que el grupo pasó la noche compartiendo sus aspiraciones y sueños. Juntos idearon un plan para convertir el lugar en un jardín, lleno de plantas de curación y alimentos frescos que satisfarían su hambre, sin hacer daño a ningún ser vivo.
Con un nuevo propósito y unidad, el grupo se dispuso a trabajar al amanecer, mientras cada uno sacudía las sombras de la oscuridad que habían enfrentado. Meric, más ligera de espíritu, prometió que su lado oscuro no iba a definir la historia que estaban por vivir.
Mientras el sol comenzaba a asomarse, Meric se dio cuenta de que no estaba sola en su lucha. Tenía amigos que, como ella, se enfrentaban a sus propios miedos, pero juntos, podrían encontrar la luz incluso en la noche más oscura.