"Amigos y Secretos: La Conciencia del Pasado en el Presente"
José y Mario se encontraban en un café del centro de la ciudad, un lugar que solía ser un refugio para ellos, un sitio donde compartían risas y anécdotas. Sin embargo, esa tarde la atmósfera era diferente. María, una amiga de ambos, había desaparecido sin dejar rastro, y la preocupación había reemplazado a la calidez del encuentro.
“¿Te has puesto en contacto con ella?” preguntó Mario, su voz temblaba levemente mientras miraba la taza de café en sus manos.
“No, no desde el viernes. Ella se estaba preparando para ese viaje de fin de semana, pero no esperaba que se ausentara tanto tiempo sin avisar,” respondió José, frunciendo el ceño. Los recuerdos de la última conversación con María comenzaron a invadir su mente. Su risa, sus planes… todo parecía tan lejano ahora.
Ambos amigos se miraron, y la preocupación se convirtió en determinación. “Ya es hora de que hagamos algo. No podemos quedarnos de brazos cruzados,” dijo Mario golpeando con su palma la mesa. La idea de que algo pudiera haberle pasado a María lo aterraba.
Decidieron ir a su apartamento, donde encontraron todo en orden, salvo la ausencia de María. Las luces estaban apagadas, y el ambiente era inquietantemente silencioso. Mario se adelanta y empieza a buscar pistas. “Quizás dejó alguna nota,” sugirió, mientras revisaba el tablón de anuncios en la cocina.
José se dirigió hacia el dormitorio, sentía que algo no estaba bien. Abrió el armario, que estaba parcialmente desbordado por la ropa, y notó que el vestido favorito de María no estaba en su lugar. “Mira esto,” llamó a Mario, quien rápidamente se acercó.
“Eso es extraño. Ella nunca saldría sin ese vestido,” murmuró Mario, inquieto. Con un susurro, José compartió un pensamiento que lo había estado atormentando. “¿Y si no se fue sola?” Las palabras flotaron en el aire, cargadas de un significado aterrador.
Ambos amigos decidieron revisar el móvil de María. Tras varios intentos, lograron desbloquearlo. Tenía mensajes que sugerían que estaba a punto de reunirse con alguien de su pasado. “Mira esto,” dijo José, señalando un mensaje que decía: “Lo he pensado mucho. Nos encontramos esta noche. Hay algo que necesitas saber.”
“¿Quién es ‘él’?” preguntó Mario, frunciendo el ceño. La tensión entre ellos crecía, y con ella, la necesidad de encontrar respuestas. Dejaron el apartamento de María con una escalofriante sensación de que el tiempo se les estaba agotando.
“Podríamos ir a la última ubicación marcada en su móvil,” sugirió José mientras caminaban rápidamente hacia el coche. Mario asintió, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
La dirección llevaba a un bar que María solía frecuentar antes de cerrar el capítulo con su antiguo amor. Al entrar, un aire pesado de secretos y miradas furtivas les dio la bienvenida. Los clientes hablaban en tonos bajos y parecía que las risas al otro lado de la barra estaban ensombrecidas.
Se dirigieron a la barra y preguntaron al bartender si había visto a María. “La vi hace un par de días. Estaba con un tipo. Parecía… no sé, un poco nerviosa,” dijo él mientras limpiaba un vaso. La mención del nerviosismo les puso en alerta.
“¿Sabes quién era?” preguntó Mario, su voz firme, pero su interior inquieto. El bartender vaciló antes de responder. “No estoy seguro, pero la conversación se tornó un poco intensa. Ella parecía incómoda. Deberían intentar buscar en la zona cercana.”
Siguiendo el consejo, José y Mario salieron a las calles, decididos a no dejar piedra sin mover. Sin embargo, cada esquina que giraban parecía llevarlos más profundamente a través de un laberinto de sombras. “¿Y si se metió en algo que no debía?” murmuró José, su mente desbordando posibles escenarios.
Finalizaron en un callejón oscuro, donde el sonido de pasos resonaba. “¿José, escuchaste eso?” preguntó Mario, quedando inmóvil. De pronto, un grito desgarrador rompió el silencio. Ambos se miraron, paralizados por la incredulidad. “Es María,” dijo José con un hilo de voz, moviéndose hacia el origen del sonido.
Al doblar la esquina, lo que encontraron era desolador. María estaba allí, pero no sola. Un grupo de hombres la rodeaba. Ella se veía atemorizada, con lágrimas en los ojos, y al darse cuenta de que sus amigos estaban allí, su expresión cambió por un instante a esperanza.
“¡José! ¡Mario!” gritó María. Fue todo lo que necesitaron para lanzarse a la acción. El impulso de protegerla superó cualquier pensamiento racional. Sin pensarlo dos veces, avanzaron hacia el grupo.
Los hombres, al ver la llegada de José y Mario, intercambiaron miradas de desprecio. Sin embargo, antes de que pudieran reaccionar, José levantó la voz. “¡Suéltala! No tienen que hacer esto.”
La tensión se palpaba en el aire, y en un instante, todo se tornó en caos. En medio de un forcejeo, María fue liberada, y los hombres, inesperadamente, se dieron a la fuga. El alivio y la adrenalina se entrelazaban en el aire, mientras José, Mario y María se reunían en un abrazo tenso.
“¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran ellos?” preguntó Mario, aún tratando de recuperarse del susto. María, a través de sollozos, explicó que había recibido amenazas por parte de un viejo conocido que la había seguido desde hace semanas, deseando reavivar una relación que ella había cerrado por completo.
“Gracias por venir,” dijo María con una mirada de gratitud hacia sus amigos. A partir de ese momento, la historia de aquel encuentro se convirtió en el principio de una nueva aventura para los tres, una que involucraba ayudar a María a encontrar el coraje para enfrentar su pasado de una vez por todas.
Con la esperanza renaciendo entre ellos, se alejaron del callejón, sabiendo que la verdadera batalla estaba por comenzar, pero que juntos podrían enfrentar cualquier amenaza que viniera. La amistad, después de todo, había sobrevivido a la prueba del miedo.