"Esperando al Amanecer: Un Apodo del Terror y la Amistad"
La noche se sumía en un silencio inquietante, interrumpido solo por el leve crujir de la madera bajo mis pies. Sentía el frío tenebroso recorrer mi cuerpo, como si una sombra invisible danzara alrededor de mí, provocando un escalofrío que se apoderaba de cada fibra de mi ser. La oscuridad parecía cobrar vida, y una sensación agobiante me envolvía, como si no estuviera sola en aquella habitación que se había convertido en un laberinto de temor.
Me detuve por un momento, me deslicé sobre el sofé desgastado, y cerré los ojos con fuerza, tratando de ahogar el murmuro inquietante en mi mente. Podía sentirlo, el aire pesado de una presencia inminente, como si alguien me estuviera observando desde las sombras. Casi podía sentir su respiración, tibia y acosadora, erizándome los vellos del cuello. Con un grito ahogado, encendí la luz, y la habitación se inundó de un resplandor tenue, revelando un desorden de muebles y el eco de mis propios latidos.
Comprobé el rincón de la habitación; todo parecía normal, o al menos así lo quería creer. Miré rápidamente debajo de la cama, convencida de que la oscuridad habría albergado a un monstruo que se había apoderado de mi mente. Pero ahí, solo había polvo y una sombra de mi propia vacilación. Me relajé un poco al convencerme de que estaba imaginando cosas, que mi mente jugaba trucos crueles en una noche de soledad.
Sin embargo, la sensación seguía ahí. Era como si alguien estuviera justo detrás de mí, justo fuera de mi vista, provocando una angustia intensa e inquebrantable. Me dije a mí misma que era solo el resultado de una larga semana de trabajo y estrés, que la pesadez del día se tradujo en una tormenta de inseguridades. Pero una parte de mí sabía que esto era diferente.
Afuera, el viento empezaba a aullar, como si se uniera a mis miedos, y de repente, una serie de suaves golpeos resonaron en la puerta. El sonido me paralizó. Nadie debía estar ahí, y mi mente se desvió hacia los peores escenarios. Mis pies parecían estar pegados al suelo, mi corazón latía con fuerza, y por un momento estuve a punto de dar un grito. Sin embargo, con el último destello de valor, me decidí a acercarme a la puerta.
Cada paso era un eco de mis propios miedos, pero sabía que debía enfrentar lo desconocido. Por fin, me detuve frente a la puerta de madera, temblando. “¿Quién es?”, pregunté en un susurro, mi voz casi traicionándome al titubear entre el temor y la curiosidad.
Silencio. Un instante que se alargó como una eternidad. Pero luego, una voz, suave y casi melódica, respondió. “Soy yo, Clara, tu amiga. Déjame entrar.”
El alivio inicial se transformó rápidamente en confusión. Ya habían pasado meses desde que Clara se había mudado a otra ciudad y había perdido el contacto. ¿Cómo podía estar aquí? Mi instinto me decía que no debía abrir la puerta, pero la parte de mí que aún anhelaba compañía se debatía entre el miedo y la posibilidad de que todo esto fuese una simple coincidencia.
Con una mano temblorosa, abrí la cerradura y empujé la puerta. Clara se encontraba de pie, con una expresión grave, sus ojos escaneando la habitación como si percibiera algo que estaba más allá de mi comprensión. "¿Por qué no me has contestado? Te he llamado varias veces", me dijo.
Traté de sonreír, pero mi mente aún luchaba con la sensación de estar siendo observada. "Lo siento, he estado muy ocupada y… bueno, más que nada, me sentía extraña en este lugar. No sé, creo que me estoy volviendo loca", confesé mientras cerraba la puerta detrás de ella.
La atmósfera pareció cambiar, el aire se volvió más denso. Clara se movió alrededor de la habitación, examinando las sombras con una seriedad que me inquietaba. "Hay algo aquí, definitivamente. Yo también lo siento", dijo, como si hubiera leído mis pensamientos.
A medida que hablaba, la luz empezó a parpadear, las sombras danzando a nuestro alrededor. Mi primer impulso fue reírme de la situación, pero el miedo había tomado el control. Clara, consciente de mi inquietud, se acercó más a mí. "No tengas miedo, vamos a enfrentarlo juntas".
Esa idea me dio un pequeño impulso de confianza, así que nos quedamos una junto a la otra. Con determinación, decidimos realizar una búsqueda exhaustiva de la habitación, iluminando cada rincón y reviviendo cada temor que había acechado en el silencio.
A medida que continuábamos nuestra investigación, los extraños golpes comenzaron de nuevo, esta vez más insistentes, como si un espectro invisible intentara hacerse notar. Miramos hacia la ventana, donde una sombra parecida a una figura humana se desvaneció en un instante. Ambas nos miramos, los ojos llenos de terror.
"Debemos salir de aquí", dijo Clara, su voz apenas un susurro. Sin embargo, cuando intentamos dirigimos a la puerta, esta se cerró de un golpe, atrapándonos en la habitación. La luz parpadeó una vez más, esta vez apagándose en su totalidad y dejándonos en la más profunda oscuridad.
El pánico se alzó en nuestros pechos. "¿Qué vamos a hacer?", grité en medio de la negrura, sintiendo que la desesperación nos rodeaba. Clara tomó mi mano, un gesto que me reconfortó a pesar del caos que nos envolvía.
"Respira. Hay una salida", murmuró, tratando de mantenerse firme ante lo desconocido. En la penumbra, comenzamos a buscar una solución, cada movimiento resonaba en nuestro corazón suave como un tambor.
Tras unos minutos que parecieron horas, encontramos una ventana parcialmente abierta. Nos dirigimos hacia ella, empujando con todas nuestras fuerzas. Finalmente, con un estruendo, logramos abrirla, dejando entrar un poco de aire fresco. La luz de la luna iluminaba el camino que se extendía ante nosotras, y lentamente nos asomamos, soltando un suspiro de alivio que parecía ser liberador.
Ambas nos miramos, una conexión nueva tejida en medio del miedo. Ya no estábamos solas. Aunque las sombras aún acechaban, teníamos la fuerza de enfrentarlas juntas. Con un último vistazo hacia la habitación que nos había atrapado, nos lanzamos hacia la libertad, dejando atrás un capítulo marcado por el terror, pero al mismo tiempo, por una inquebrantable amistad. A partir de esa noche, supe que los verdaderos miedos se enfrentan mejor cuando se comparten y que nunca, nunca estamos realmente solos.