"La Sombrosa Encontrada del Ferrari Maldito"
Era una noche oscura y tormentosa cuando Mario, un apasionado coleccionista de autos de lujo, escuchó rumores sobre un Ferrari, el modelo que había estado buscando durante años. Se decía que el coche tenía algo especial: aquel que lograra poseerlo obtendría no solo velocidad, sino también un sentido de invulnerabilidad. Sin embargo, había un precio que pagar. Un precio que pocos se atrevían a mencionar.
Desesperado, Mario comenzó a investigar. Se enteró de que el Ferrari estaba en una isla remota, lejos de las miradas curiosas. La leyenda hablaba de un antiguo propietario que había desaparecido sin dejar rastro, y que, por alguna razón, el coche había quedado maldito. Algunos decían que el espíritu del antiguo propietario aún rondaba, buscando venganza.
A pesar de las advertencias de sus amigos, Mario decidió aventurarse a buscar el automóvil. Tras un largo viaje en barco, llegó a la isla. La atmósfera era extraña; el aire tenía un olor a quemado y, a medida que se adentraba en la vegetación, un silencio abrumador lo envolvía. Tras mucho caminar, se topó con un viejo taller cubierto de polvo. Allí, escondido bajo una lona, estaba el Ferrari.
El vehículo era magnífico: su color rojo brillante contrastaba con el ambiente sombrío. Mario, emocionado, se acercó. A medida que lo tocaba, una oleada de energía eléctrica recorrió su cuerpo. Sin pensarlo, comenzó a revisar el coche y, de repente, encontró una llave en la guantera. Sin pensarlo, decidió arrancar el motor. El rugido del Ferrari resonó en la isla, como si despertara a los espíritus dormidos.
Mientras conducía, sintió una adrenalina como nunca antes. La carretera que serpenteaba a través de la isla se volvía borrosa; cada curva era perfecta, y cada giro, una pura emoción. Pero a medida que avanzaba, los árboles parecían moverse, como si fueran sombras observándolo. El Ferrari comenzó a acelerarse de manera descontrolada, llevándolo hacia un precipicio.
Mario luchó por controlar el vehículo, pero era como si el coche tuviera vida propia. Veía visiones extrañas en el camino: un hombre de pie en la carretera, su rostro pálido y sus ojos vacíos, señalándole. Un grito sordo resonó en su mente; era el antiguo propietario, advirtiéndole que tenía que detenerse.
Finalmente, en un momento de lucidez, Mario logró frenar, pero el coche, aún lleno de energía, se detuvo al borde del abismo. Temblando, comprendió que debía regresar y dejar el Ferrari donde lo había encontrado. Al día siguiente, regresó al taller, pero el coche había desaparecido. Todo lo que quedó fue la lona, arrugada y silenciosa.
Años después, Mario se enteró de que otros habían encontrado el Ferrari, pero cada uno de ellos desapareció misteriosamente después de probarlo. Aquel coche no solo representaba velocidad; era un recordatorio de que algunas cosas en la vida no estaban destinadas a ser poseídas, y que los deseos pueden convertirse en pesadillas si no se tiene cuidado. La isla permaneció desierta, y el eco del motor resonando aún perduraba, esperando al siguiente incauto que sucumbiera a su atractivo.