"Una Aventura al Centro de la Tierra - Alimentando el Miedo con Ciencia"

Era un día soleado en la pequeña ciudad de Villafísica. El sol brillaba intensamente y los pájaros cantaban alegremente. En el aula del colegio, el profesor Mendez, un hombre alto y delgado con una buhardilla alocada, estaba alborotado mientras organizaba una emocionante expedición. Su voz resonaba en las paredes del salón. “¡Hoy exploraremos el centro de la Tierra!” exclamó, sacando de su maletín una extraña brújula que parecía tener más botones que un control remoto de videojuegos.


Sofía, la niña sabelotodo del colegio, levanto la mano entusiastamente. “¡Pero profesor! ¿Cómo llegaremos al centro de la Tierra? ¡No se puede cavar tan profundo!” preguntó, ajustando sus gafas de pasta.


“¡Ah, eso es lo que hace esta expedición tan especial! He construido una máquina que nos llevará directo al centro… ¡sin cavar!” dijo el profesor con una risa contagiosa. Lucas, que estaba en la esquina de la clase, escuchó la conversación y se sintió inmediatamente incómodo. Era un chico miedoso que prefería leer sobre aventuras en los libros que vivirlas. “¿Es seguro, profesor?” preguntó con una voz temblorosa.


El profesor Mendez miró a Lucas con una sonrisa tranquilizadora. “¡Por supuesto! Con un poco de física y un toque de magia, todo estará bien.”


Esa misma tarde, los tres se reunieron en el jardín de la escuela, donde el profesor Mendez había instalado su peculiar máquina. Era un aparato enorme con luces parpadeantes y tubos que parecían respirar. “Aquí vamos”, dijo el profesor, ajustando los diales. “Sofia, tú serás la científica; Lucas, tú serás… mi asistente aventurero.”


“¿Asistente aventurero? ¡Eso suena emocionante!” Lucas dijo, tratando de convencerse a sí mismo. “¿Pero qué pasa si nos encontramos con criaturas extrañas o un lava volcánica?” Se imaginó siendo perseguido por un dinosaurio cavando a través de la corteza terrestre.


Sofía, saltando de emoción, le dijo: “¡Por favor, Lucas! No seas aguafiestas. Lo más peligroso que encontrará será… bueno, ¡quizás lava, pero será increíble!”


Así que, con el corazón en la garganta y un poco de miedo a lo desconocido, Lucas subió a la máquina junto con Sofía y el profesor Mendez. Cuando el profesor presionó el botón rojo grande en el panel, la máquina emitió un ruido que sonaba como una mezcla entre un megáfono roto y un gato estornudando.


De repente, se sintieron como si estuvieran en montaña rusa, subiendo y bajando sin parar. Sofía gritaba de alegría mientras Lucas se aferraba a su asiento como si su vida dependiera de ello. Las luces de la máquina giraban y el aire se llenaba de un olor a galletas recién horneadas (lo que generó un gran dilema para Lucas, quien ahora tenía mucha hambre).


Finalmente, cuando todo se calmó, la máquina aterrizó con un suave “plop” en un extraño lugar. Al abrir la puerta, se encontraron en un mundo subterráneo lleno de colores fluorescentes y criaturas fascinantes. “¡Miren!” Sofía dijo, apuntando a un grupo de enanos con sombreros de papel que estaban bailando folclor de la Tierra. Lucas no podía creer lo que veía, pero aún así sentía un escalofrío recorriendo su columna.


Mientras exploraban, Lucas vio un grupo de criaturas que parecían ser cabras… pero con alas. “¿Son cabras voladoras?” preguntó, atónito. Sofía comenzó a reír, “¡Esto es genial! ¡Vamos a intentar volar con ellas!” Lucas, que era bastante escéptico, dudó, pero vio que sus compañeros ya estaban en camino.


Sofía intentó montar una cabra voladora, pero el animal se movía de un lado a otro, dificultando mucho su equilibrio. Lucas observó cómo su amiga se lanzaba al aire mientras el profesor reía a carcajadas. Luego, Lucas pensó que podría ser divertido también… y se unió al caos. Mientras trataba de atrapar a una cabra alada, se dio cuenta de que no era tan aterrador como pensaba.


Después de un rato de risas y aventuras, una nube oscura comenzó a formarse en el horizonte. El profesor Mendez explicó que era el “nube de dudas” que siempre aparece para los que se aventuran. Lucas se sintió un poco aprehensivo, “¿Y si nunca salimos de aquí?”


Sofía lo miró y dijo: “¡Lucas, hemos tenido toda esta aventura! ¡No podemos rendirnos ahora!” Se miraron mutuamente, y Lucas sintió esa chispa de valentía encenderse dentro de él. “Tienes razón, vamos a encontrar el camino de regreso”, afirmó decidido.


Dieron la vuelta y decidieron seguir a las cabras voladoras que, al parecer, conocían el camino. A medida que atravesaban cuevas brillantes y saltando sobre charcos burbujeantes, Lucas encontró su confianza. “¡Mira! ¡Soy un aventurero de verdad!” exclamó, saltando sobre un trozo de piedra.


Finalmente, después de muchos giros y torbellinos, llegaron a una gran sala iluminada por cristales. En el centro, había un portal brillante. El profesor Mendez sonrió, “Ese es el camino de vuelta. ¡Sofía, Lucas, han sido fabulosos!”, y juntos, saltaron a través del portal.


Al salir, se encontraron de nuevo en el jardín de la escuela, el sol brillaba y todo parecía normal. “¡Lo hicimos! ¡Fuimos al centro de la Tierra!” dijo Sofía con entusiasmo.


“Y no me comí ninguna lava”, murmuró Lucas, aún incrédulo de todo lo que habían vivido. El profesor Mendez miró a sus dos jóvenes compañeros y, con una sonrisa, les dijo: “Siempre hay un poco de aventura en la ciencia, pero también hay un poco de ciencia en la aventura. ¡Nunca olviden eso!”


Y así, el profesor Mendez, Sofía y Lucas regresaron a sus vidas cotidianas, con historias y risas que contar, y un nuevo entendimiento de que enfrentarse a sus miedos podría llevar a las aventuras más extraordinarias.